Santa María, Madre de Dios, Solemnidad - 1 de enero de 2020
EVANGELIO
Lc 2,16-21: Encontraron a María, a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María, a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores, y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
REFLEXIÓN:
Iniciamos este nuevo año civil consagrándonos y colocándonos bajo la protección maternal de la Santísima virgen María a través de este maravilloso y sorprendente título: “Madre de Dios”. De igual manera celebramos este día la LIV Jornada Mundial de Oración por la Paz, con el lema: “La cultura del cuidado como camino de paz”.
Al final de la Octava de Pascua, esta solemnidad nos invita a seguir contemplando el misterio de Jesús que nace en Belén, reconociéndolo como verdadero Dios y verdadero hombre, de lo cual se desprende que María, madre de la persona de Jesucristo, en quien están unidas la naturaleza humana y divina, es también reconocida, sin lugar a dudas, como Madre de Dios; esta verdad fue definida oficialmente por el Concilio de Éfeso en el año 431.
Con referencia al Evangelio, vemos como José y María, siguiendo la ley judía, ocho días después del nacimiento de Jesús asisten al templo a circuncidar al niño, lo cual nos deja ver que Jesucristo, verdadero hombre, fue un auténtico judío, “nacido de una mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4,4), que por este rito entra en la Alianza del Pueblo de Israel y el derramamiento de sus primeras gotas de sangre anticipan desde ya la nueva alianza que sellará definitivamente con su sangre derramada en la cruz.
Así, la paz y la salvación son los dos regalos qué el señor Jesús trae a la humanidad con su nacimiento en Belén; ellos son fruto de su amor dadivoso, de ese amor sin límites que lo lleva a encarnarse para venir en nuestra búsqueda. Con esa misma actitud de generosidad debemos acoger humildemente estos dones que el señor nos concede, siendo instrumentos de paz y de reconciliación en medio de nuestras familias y de nuestra sociedad muchas veces herida por el egoísmo, las divisiones y las discriminaciones. No podemos iniciar este año nuevo con ningún resentimiento o rencor en nuestro corazón, por ello no dudemos en acercarnos a las personas con las que hemos tenido alguna dificultad para pedir humilditamente perdón. No puede haber paz en el mundo si primero no hay paz en nuestro corazón.
En este nuevo año que inicia abramos nuestro corazón para acoger el don de la paz de Jesucristo, que no consiste en una ausencia de guerras, de problemas, o un equilibrio de fuerzas, sino que es la paz que llega a lo profundo de nuestro corazón y que brota de la certeza de sabernos amados por Dios, de saber que Dios está a nuestro lado aún a pesar de las dificultades y de nuestras mismas debilidades, pues en Belén, Jesús se hace débil como nosotros para así hacernos fuertes, se hace hombre para estar entre nosotros, para ser nuestro consuelo y nuestra fortaleza.
Finalmente, le pedimos a María Madre de Dios para que bajo su manto y de su mano nos ayude a caminar llenos de esperanza y de confianza en Dios en este nuevo año al que nos adentramos, que como madre nuestra nos ayude a configurar nuestro corazón con el corazón de su hijo amado e interceda por cada uno de nosotros para que podamos dar frutos abundantes de paz de amor y de misericordia.
¡Feliz y bendecido 2021!
John Alexander Melo Arévalo