Domingo II después de Natividad. Ciclo B. 3 de enero de 2021

 

( EVANGELIO; Jn 1,1-18: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros) 

En este segundo Domingo de Navidad la liturgia nos permite seguir contemplando al niño Jesús que nace en Belén, al Verbo de Dios hecho carne que viene a habitar entre nosotros, a través de la lectura del prólogo de San Juan, que es precisamente el mismo evangelio que escuchábamos en el día de la Navidad.

Mientras todo el mundo dormía, en el profundo silencio de una oscura y fría noche, en la plenitud de los tiempos, en un humilde y olvidado establo, en medio de la pobreza y no excepto de dificultades, la Palabra eterna y omnipotente de Dios vino a acampar entre nosotros, para que pudiéramos contemplar su gloria en un niño envuelto en pañales.

Él es la luz que viene a iluminar las tinieblas del mundo, pues con su nacimiento quiere disipar de nuestro corazón todo temor, toda tristeza, toda angustia, trayéndonos la esperanza que nos da el saber que Dios viene a habitar en medio de nosotros, viene a hacerse nuestro compañero de camino para conducirnos hacia el cielo. Él viene para aliviar nuestras cargas, y sobre todo para traernos el mejor regalo: la salvación.

“Dios es tan grande”, nos recordaba Benedicto XVI, “que puede hacerse pequeño”, Dios es tan fuerte que puede hacerse frágil, Dios es tan poderoso que puede hacerse niño y viene a nosotros, no entre esplendores, no viene como un Dios poderoso y aplastante, no viene a nosotros avasallando e imponiéndose, sino que viene oculto y humilde, como un niño envuelto en pañales, un niño tierno y frágil para que no tengamos excusa en rechazarlo, para que lo podamos acoger en nuestra alma y darle su sitio en nuestro corazón; es un Dios que viene amando, que quiere ser acogido y recibido porque quiere darnos la luz de su amor.

“Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron…” Para la muchos el nacimiento de Cristo paso desapercibido, otros cerraron las puertas de sus casas y de su corazón, y unos pocos fueron testigos privilegiados de este gran acontecimiento: los pastores, personas humildes, pobres, sencillas, incluso muchas veces despreciados, quienes velaban cuidando sus rebaños. Ellos pudieron escuchar la gran noticia del ángel porque estaban despiertos y vigilantes, porque estaban fuera de la ciudad, alejados del ruido y de las distracciones, pero sobre todo porque tenían un corazón abierto y no estaban encerrados en sí mismos. Ellos creyeron porque confiaron, porque en lo más íntimo de su corazón esperaban y anhelaban algo, y fueron corriendo a ver el niño envuelto en pañales, dando gloria y alabando a Dios por tan gran prodigio. No perdamos de vista lo esencial de la navidad, no nos dejemos encandilar por las luces del materialismo, del consumismo y de la superficialidad, sino que, como los pastores, corramos también nosotros al portal de Belén, tomemos al niño Jesús en nuestros brazos y contemplemos el resplandor de su grandeza, la luz que de allí brota, la cual sin enceguecer ilumina nuestro camino hacia el Padre eterno.

John Alexander Melo Arévalo

20210103 Segundo