Tercer domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 22 de enero de 2022
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El relato de hoy nos sitúa en los comienzos de la misión que Jesús va a desempeñar durante los dos últimos años de su vida terrena, y que el evangelista Mateo hace coincidir con el encarcelamiento de Juan el Bautista. Este suceso va a provocar en Jesús una crisis, pero lejos de atemorizarlo o de silenciarlo, a la espera de mejores tiempos, él lo ve como un signo para lanzarse a su única misión: el anuncio de la llegada del Reino de los Cielos. Con valentía asume desde el principio todos los riesgos, siendo consciente que esta aventura puede costarle la vida.
Esta decisión crucial en la vida de Cristo supone una serie de grandes cambios y el abandono de toda una vida ya andada: deja a su familia, su trabajo de “carpintero”, sale de Nazaret, donde hasta entonces vivía, abandona el grupo de Juan el Bautista y se traslada a Galilea, estableciéndose en Cafarnaún, a orillas del lago.
¿Y por qué Cafarnaún? No se trata de una casualidad, y para sus contemporáneos religiosos supuso un gran escándalo. Mateo lo intenta aclarar añadiendo el texto del profeta Isaías en el que se indica el territorio en el que el Mesías desarrollaría su misión. Pero todo responde al plan de Dios de que la evangelización sea un hecho universal, que llegue a todas las personas, algo que la Iglesia debe continuar haciendo en nombre de su Señor. Jesús no solo ha venido para los judíos sino también para los paganos, por eso su ministerio, su primer anuncio, va a comenzar en Galilea, región judía en la que habitan muchos paganos ya desde antiguo, pues la luz del Evangelio debe alumbrar a todos los que viven en la tiniebla y en sombras de muerte.
El Mesías e Hijo de Dios inicia su tarea en donde nadie lo esperaba, en la periferia: en donde ya todo estaba perdido de antemano, en donde no hay un éxito garantizado y en donde se encuentran los marginados de la sociedad y de la religión, los pecadores y alejados de Dios. Ahora bien, y yo, ¿también estoy en Galilea? Pues para estos es precisamente para quienes ha venido Jesús, porque quiere que la luz brille en nosotros, ofreciendo la conversión como proceso de cambio personal que nos acerca a Dios. Por eso la conversión no es algo triste sino más bien gozoso, y nunca es tarde para convertirse.
Emilio José Fernández, sacerdote
http://elpozodedios.blogspot.com/
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